La vida concebida como Dios nos ha inspirado…
Luego, el amor, el mismo amor, nos llevaba a unirnos cada vez más a Jesús, a sentirlo siempre más
cerca, siempre más mío y yo suya, a expresárselo y a demostrárselo ofreciéndole a Él nuestros dolores, lo
demás vale poco… y Él me lo devolvía con muchas gracias. En resumen, veía que el amor me llevaba a
subir, subir, subir siempre más hacia Dios, me llevaba a una unión con Él cada vez más profunda.
¿Qué más hacía el amor? La sociedad estaba enferma: uno no miraba a la cara a otro, otro odiaba a
uno, ese era pobre y este era rico, y veía que el amor sanaba las heridas del Cuerpo místico, y su medicina era
la Eucaristía. Es decir, que yendo todos a recibir al mismo Jesús, el Cuerpo místico no estaba ya dividido, ni
llagado, porque en Jesús Eucaristía todos éramos uno.
Veía además, el amor ponía dentro de nosotras el deseo, las ganas de encontrarnos a menudo. Para
nosotras las sirenas eran casi una llamada que, más que darnos miedo los aviones, nos permitían vernos todas
juntas en el refugio, el amor nos llevaba a hacer más real entre nosotras lo que precisamente significa la
palabra “Iglesia”, puesto que quiere decir asamblea.
El amor también nos daba una inteligencia superior. Yo era una chica que me gustaba pensar, me
gustaba la filosofía, todas las asignaturas del pensamiento, pero comprendí que además de la inteligencia
humana, hay una luz que viene de lo Alto, que viene del Espíritu Santo. Esta luz era la sabiduría, la sabiduría
que poseen los santos, pero que también nosotros podemos recibir de Dios si se la pedimos, como dice la
Escritura. Y sucede que cuanto más se ama, más se comprende. Pero no se entiende solo con la cabeza, sino
que la cabeza es como un cáliz que contiene la sabiduría de Dios. Y entonces se verificaba que cuando el
sabio abre su boca, los demás escuchan atentos, admirados y convencidos; e incluso el muchacho, o el joven
que posee la sabiduría, es escuchado y venerado por los ancianos, por el rey, por los mayores.
Veía en definitiva que amar no se limitaba al aspecto afectivo, o al dolor, sino que llegaba a la
sabiduría e imprimía en nuestra alma los siete dones del Espíritu Santo, de los cuales el más resplandeciente
es justo la sabiduría.
Finalmente, veía que el amor hacía de nosotros un solo cuerpo, una sola persona, de forma que lo que
era de uno circulaba y llegaba a ser de todos.
Y entonces, el Señor me hizo comprender y esa fue la iluminación que, de la misma forma que la luz
se refracta en los siete colores del arco iris, pero siempre son luz -el rojo, el naranja, el amarillo, el verde, el
azul, el añil y el violeta, son siempre luz- así el amor es siempre amor, pero nos hace ponerlo todo en común,
y esto puede ser el rojo del amor.
Te hace conquistar las almas: el naranja.
Centro Chiara Lubich Movimiento de los Focolares
www.centrochiaralubich.org
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Te hace estar cada vez más unido a Dios: el amarillo.
Te hace estar “sano” en el cuerpo místico: el verde. No sólo sano espiritualmente sino también
físicamente: el aspecto del deporte es también muy importante y característico de los jóvenes,
Te hace ser Iglesia, o sea, reunión, asamblea: el azul.
Te da una cultura que viene del Cielo, te da la sabiduría, es el añil. Te hace comprender, te hace ver
en el Verbo mismo de Dios que tienes dentro de ti; el Verbo es la Palabra de Dios, es la sabiduría de Dios,
puedes imaginarte cuanto los razonamientos humanos son pequeños.
Y si hace de todos un solo cuerpo, es el violeta.
En definitiva, nos parecía que el Señor había ordenado nuestra vida como un arco iris, porque lo que
Dios ha hecho en la naturaleza, en la que se capta el timbre del evangelio, es muy parecido a lo que hay en lo
sobrenatural.
Chiara Lubich